RESEÑA DE "EL JUEGO FAVORITO" (Leonard Cohen, 1963)
Por Adrián Bonilla
Leonard Cohen |
Existen tres razones fundamentales por las que
me interesa leer una novela. La primera tiene que ver con que el autor elegido,
lejos de haber sido prolífico, haya escrito apenas unas cuantas obras. Tal condición
supone que en la mayoría de los casos el escritor escogido haya muerto. La segunda
razón: que el autor sea, antes que novelista, poeta (buen poeta, se entiende). La
última, y quizá la más importante, que el relato sea autobiográfico. Podría
ejemplificar la primera y la tercera de las razones citando a El desierto y su semilla, única novela de
Jorge Barón Biza. Algo me sugiere que, en el mejor de los casos, el producto
nacido de la unión ideal de esta tríada pretenciosa y escasa sería una novela poema.
Portada original de la primera edición |
Creí conveniente calificarla como novela-poema para diferenciarla de novela poética. ¿Quién no atribuyó alguna
vez a una novela pasajes provistos de un halo poético? Trátese de una
descripción, un estado de ánimo o un soliloquio de un personaje, etc. El juego favorito (1963), de Leonard
Cohen, posee más que eso. Cohen hace valer en su relato su pelaje de poeta y
las descripciones, estados de ánimo y soliloquios se transforman en verdaderos poemas.
Hasta en los pasajes dialogados hay literalmente poesía: “No entres, por favor.
Te vas a cansar de mí. Todos los libros dicen que tengo que guardar mi
misterio”. El autor narra en El Juego
favorito el derrotero afectivo y anímico de cómo se hizo poeta (¿el poeta
se hace?). Qué mejor fórmula narrativa que la correlación entre forma y
contenido para decir: “Este soy yo, el poeta”. “Si al menos pudiera poner fin a
mi odio. Si pudiera creer en lo que escribieron y envolvieron en sedas y
coronaron de oro. Quiero escribir la palabra”, anuncia el narrador, casi al
final de la novela.
El poeta narrador descree pero también duda, y la duda engendra miedo:
¿debo aferrarme al amor, o debo correr en sentido contrario, aunque incluso no
pueda despojarme de ese sentimiento?, interrogante que corroe los pensamientos del
narrador poeta en el final de la novela. Cohen imprime a su relato la cadencia de
sus canciones, lo cual lo transforma en un libro lento, de esos en los que
ocasionalmente debemos volver sobre lo leído para cerciorarnos de que nuestra
sensibilidad lectora funciona medianamente bien.
El nihilismo del poeta no resulta chocante ni solemne. Ese descreimiento
empedernido del Cohen narrador se ve reflejado en las más comunes escenas de la
vida en sociedad. En los vagabundeos nocturnos, junto a su amigo Krantz, por la
Montreal de los 60; en los encuentros amorosos con mujeres afligidas en
habitaciones de alquiler; trabajando como celador en un campamento de escolares;
o incluso en su atormentada relación con su madre, internada en un
psiquiátrico. En fin, una fórmula que no empalaga ni aburre, que se agradece,
que nos hace sentir que tenemos los pies sobre el piso y que no estamos tan
solos. Les transcribo, para finalizar, un pasaje
poema que merece citarse: “Hermano, dame tu nuevo coche. Quiero volar hasta
mi amor. A cambio te ofrezco esta silla de ruedas. Hermano, dame tu dinero.
Quiero comprarle a mi amor todo lo que desee. A cambio te ofrezco la ceguera
para que puedas controlar a todos durante el resto de tus días. Hermano, dame
tu mujer. Es a ella a quien amo. A cambio he ordenado a todas las prostitutas
de la ciudad que te fíen infinitamente”.
Además de El juego favorito, Cohen
escribió Hermosos perdedores. Su
producción literaria se enfoca principalmente en la poesía, con varios
poemarios publicados.-