Por
Adrián Bonilla
Foto: gentileza de Enrique Ferrari |
Me habría gustado comenzar esta entrevista preguntándole a
Enrique Ferrari cómo se siente cuando lo entrevistan. La tentativa de la
pregunta viene a cuento de que a Ferrari lo entrevistaron y lo siguen
entrevistando importantes medios nacionales, tanto gráficos como audiovisuales.
El autor vive en Buenos Aires y por eso convinimos realizar esta charla vía
mail. Ferrari es escritor y trabaja en la Línea B del subte. Ha escrito novela,
cuento, crónica y ensayo. Recibió premios a su labor novelística en España,
Francia y en Cuba. A pesar de que críticos y escritores (Sábato incluido) hayan dicho y sigan diciendo que el policial es un género menor, autores como
Ferrari logran desbaratar esos dichos elevando la escritura del policial a la
única categoría posible: la de Literatura.
En Triste, solitario y final, Osvaldo Soriano viaja a Norteamérica
para seguir los pasos de Philip Marlowe, el detective creado por Raymond
Chandler. El Vasco Izurbeta (que intuyo tu alter ego), el escritor de Operación Bukowski, tu primera novela,
¿qué fue a buscar?
Aunque,
dentro de la lógica de la novela, parezca más relevante aquello de lo que
escapa –el fin de las utopías, los amores perdidos, los trabajos horribles, el
sinsentido– que aquello que va a buscar, el viaje del Vasco es, más que ninguna
otra cosa, una huida hacia adelante que termina llevándolo, un poco de
casualidad, a la literatura y el crimen.
Novela
de iniciación, novela de viajes, novela de lecturas y también primera novela: Operación Bukowski puede ser pensada
como mi propia huida hacia el mundo de la literatura. Y, de manera más lateral,
el camino por el que iba a llegar al género negro.
¿Cómo fue vivir como ilegal durante
tres años en la cuna de la novela negra?
En
realidad yo viví apenas en una parte muy pequeña y específica de los EEUU, el
sur de Florida, que casi nada tiene que ver con los teatros de operaciones en
los que nació el género negro.
Fue
en otro sentido que esos años de exiliado económico y ciudadano sin papeles me
marcaron en relación a la literatura, cuando decidí que iba a hacerla mi
oficio. Aquello que tan claramente dijo Chester Himes: que la sociedad puede
pensar de mí como quiera y ponerme los motes que elija –ilegal, alien, wetback–
que mientras yo siga escribiendo soy un escritor. Y nadie puede sacarme eso.
¿Por qué elegiste escribir desde el
policial negro?
Es
una respuesta múltiple que yo suelo responder de una manera simple, por lo que
a mi respuesta siempre le falta algo.
Veamos:
por un lado el tema del género negro es el crimen o, mejor, las relaciones
económicas del crimen, y por lo tanto es una gran herramienta para narrar una
sociedad basada en el crimen que supone la apropiación del plusvalor. Al mismo
tiempo hay violencia implícita en su lógica primaria que es ideal para contar
unas historias que a mí me interesa contar. Esto en cuanto al contenido.
Pero
además, y quizá sobre todo, es un género que permite utilizar gran cantidad de
materiales y recursos narrativos, usos de la lengua y que, como toda la
literatura que me interesa, es permeable a todo tipo de trasvasamientos,
influencias y cruces, tanto de otros géneros de la cultura de masas –pensemos
en el western, el terror, la aventura– como de otras aéreas de la cultura:
desde el comic a la filosofía, desde el cine a la política, desde el periodismo
al rock.
En Que de lejos parecen moscas ensayás un cruce de recursos narrativos
provenientes del policial clásico y el negro. ¿Qué importancia le das al género
clásico?
Como
te decía recién, sólo me interesan los géneros si no habitan la estandarización
de la forma; cuando están en diálogo con recursos de otros orígenes. Pero
además me parece que gran parte de la pericia en el oficio de escribir consiste
en usar las mejores herramientas que se pueda para armar la máquina narrativa
que la historia que queremos contar necesite. Para Que de lejos parecen moscas usé, entonces, como intento hacerlo
siempre, aquello que hizo falta para que la historia pudiera ser contada.
Dicho
esto, el viejo policial de deducción suele interesarme más como lector que como
escritor.
¿Cómo convive el escritor Kike
Ferrari, que lleva escritas y publicadas cinco novelas, con el Kike Ferrari que
debe trabajar como maestranza en una línea de subte?
Con
naturalidad. De hecho también conviven con el Kike que va a la cancha a ver a
River, el que toma cerveza de la botella, el que lleva a nuestros hijos a la
plaza, el que lee con entusiasmo y escucha heavy metal, el que se acuesta junto
a nuestra compañera, el que practica artes marciales, el activista sindical, el
que paga tarde y mal nuestras deudas y unos cuantos más. No suele haber grandes
conflictos entre ellos, aunque viven en un estado de Asamblea Permanente.
¿Cómo es tu rutina de trabajo con la
escritura, si es que la hay?
Hace
años que no tengo rutina de trabajo con la escritura. Mi jornada laboral
nocturna y tres hijos pequeños son una combinación letal. Trato de escribir a
diario, pese a todo, aunque raramente lo consigo.
¿Y en el subte?
Mi
trabajo en el subte empieza cuando pasa el último tren –a las 23hs– después de cerrar la estación. Mis dos
compañeros y yo limpiamos durante las siguientes seis horas –con un receso de
treinta minutos que usamos para tomar mate y en el que yo suelo corregir lo que
haya escrito en el día– y volvemos a abrir a las 5 de la mañana, cuando se
reanuda el servicio.
Si te dieran a elegir un trabajo,
cuál elegirías.
Catador
de Johnny Walker
¿Qué escritores admirás?
A
los que cuentan historias. A los que respetan a sus personajes. A los que
complejizan las formas en la escritura sin entorpecer la lectura. A los que
saben manejar los silencios y las sombras. A los que encuentran el equilibrio
entre la narración de los hechos y la belleza de las palabras.
Creo que en tu caso se cumple eso
de que nadie es profeta en su tierra. En 2012, Que de lejos parecen moscas fue galardonada en España, durante La
Semana Negra de Gijón, con el primer premio a la mejor primera novela negra:
¿qué lectura hacés de ese reconocimiento que viene de tan lejos?
Bueno,
yo no pienso en la Semana Negra, aunque suceda en Gijón, como un evento
español, la Semana Negra no está lejos, es una parte de todos nosotros.
Recuerdo
haber vivido con enorme emoción, alegría y cierta incredulidad que mi laburo
hubiera sido premiado en la Semana Negra, como me pasó cuando recibí la mención
del Casa de las Américas, de Cuba. Pero ningún premio hace que mi trabajo –ni
el de nadie– sea mejor o peor. Sólo vale escribir, escribir y escribir. Y
festejar los premios como lo que son:una caricia al alma, una inyección de
ánimo y, sobre todo, la posibilidad de llegar a más lectores.
En
ese sentido hubo sí un momento en que la mayoría de mis poquitísimos lectores
estaban en España. Creo que hoy eso se revirtió.-