Poesía que no es tierra de nadie: en su
primer poemario, “El Debut” (2016, Minibus Ediciones), Nacho Jurao recrea un cuerpo urbano con gran
soltura y un notable sentido del absurdo.
Existe una
poesía de territorios, con trabajo de campo, si se quiere, que resulta de la
familiaridad del autor con el universo íntimo que lo rodea. En el ajuste de
cuentas entre mundo y autor puede haber desfasaje y, por lo tanto, deuda. ¿Qué
deuda se gesta, manoteando algo de Foucault, entre las palabras y las cosas
cuando a ambas las atraviesa la poesía? “El Debut”,
de Nacho Jurao, aventura su respuesta en 84 páginas, creando a la vez una topología
de fiestas y excesos que no se divorcia de la ternura, un mapa de corazones
marginales, que se mira a sí mismo y dialoga con sus fantasías. No hay, entre retórica y paisaje, una
asociación de palabras más o menos vehiculadas por el ejercicio de un lenguaje
que mira al mundo, lo reconoce o lo integra; en “El Debut” el paisaje ES la palabra,
un eco del verso, la historia interior de lo interior, mundando y feliz,
plagada de experiencias cotidianas que forjan el contorno urbano.
La escritura
de Jurao, emparentada con el heroísmo barrial bukowskiano (y, cosa difícil, sin
casarse con Blatt), sabe hermanar elementos de la cultura pop sin costura de
enunciación, por lo que discurre naturalmente, libre de imposturas, temerario con
la hostilidad propia y ajena:
“qué calor
de mierda que hace
y qué música
de mierda que están poniendo
y qué gorda
está la novia de Jorgito
y qué cara
de pelotudo que tenés”
(poema punk)
El autor, es evidente en
la operación de su lenguaje, vive y respira de su tiempo,
metaboliza lo más próximo, atento a los alcances de su significación –qué
quiere decir, por ejemplo, darle vueltitas a alguien durante una cumbia,
tirarse en una vereda, insultar a un tipo en una parada de colectivos- y no
tanto a la ventaja de la metáfora. Su realismo es de una felicidad cruda, traspasada
por la expectativa de una resaca, pero no por ello padecida. Es, a su vez, un
realismo que se sabe excedido en la retórica y se deja acompañar por la
preciosa fotografía de Nicolás Minhak.
En sus
poemas, Jurao reincide en la posibilidad del retorno: sus personajes vuelven al
amor, al baile, al porro, a la camorra. Los reencuentros son múltiples y
sospechosos (hay nombres de cotillón, inventados para salir al paso), pero en
la construcción de las máscaras se vislumbra, también, la intuición de lo
genuino, como si toda esa distancia del ritual no tuviera otra función que
aproximar los cuerpos. Como si la poesía tuviera, también, esa vocación
arrimadora de la música popular: un efecto pop en la palabra y la imagen, una
alucinación lingüística maravillosa, para quien lee –sobre todo en voz alta- y
encuentra en “El Debut” un retorno al acto inexpresado de sentirse vivo.-
***
hola
yo no quería venir
pero igual me trajeron
me chamuyaron
diciendo que iba a estar bueno,
que iba a haber minas,
canilla libre y faso,
y que le podíamos meter
hasta las seis, siete,
más o menos
hasta que pase el bondi.
yo pensé
bueno, ya era,
hay que mandarse
capaz que pinta piola
a lo mejor
te encuentro ahí
y nos miramos un rato
desde lejos
pensando en apretarnos
contra la pared
pero tranca nomás,
vamos y volvemos al toque,
como para sacarnos las ganas
hasta que nos prendan las luces
y nos tengamos que ir.
(poema incluído en "El Debut")
Bio
Nacho Jurao nació en Tucumán en 1996. Egresado del Gymnasium UNT, actualmente es un dudoso estudiante de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Tucumán. Publicó algunos de sus textos en Marcia Larvaria, Antología marciana de poesía Vol. 1 (2015, Editorial Larvas Marcianas) y en la antología Cospel de oro (2015, Minibus Ediciones). Además de la presente obra, escribió también Postales del interior y Treinta días abajo de la cama, ambos inéditos y de publicación inminente.
Excelente!!!
ResponderBorrarZarpado!!
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