4.5.16

CUMBIA, NENA

Por Claudio Rojo Cesca

Poesía que no es tierra de nadie: en su primer poemario, “El Debut” (2016, Minibus Ediciones), Nacho Jurao recrea un cuerpo urbano con gran soltura y un notable sentido del absurdo.

Nacho Jurao (Fotografía de Augusto Bejas)

Existe una poesía de territorios, con trabajo de campo, si se quiere, que resulta de la familiaridad del autor con el universo íntimo que lo rodea. En el ajuste de cuentas entre mundo y autor puede haber desfasaje y, por lo tanto, deuda. ¿Qué deuda se gesta, manoteando algo de Foucault, entre las palabras y las cosas cuando a ambas las atraviesa la poesía? “El Debut”, de Nacho Jurao, aventura su respuesta en 84 páginas, creando a la vez una topología de fiestas y excesos que no se divorcia de la ternura, un mapa de corazones marginales, que se mira a sí mismo y dialoga con sus fantasías.  No hay, entre retórica y paisaje, una asociación de palabras más o menos vehiculadas por el ejercicio de un lenguaje que mira al mundo, lo reconoce o lo integra; en “El Debut” el paisaje ES la palabra, un eco del verso, la historia interior de lo interior, mundando y feliz, plagada de experiencias cotidianas que forjan el contorno urbano.

La escritura de Jurao, emparentada con el heroísmo barrial bukowskiano (y, cosa difícil, sin casarse con Blatt), sabe hermanar elementos de la cultura pop sin costura de enunciación, por lo que discurre naturalmente, libre de imposturas, temerario con la hostilidad propia y ajena: 

“qué calor de mierda que hace
y qué música de mierda que están poniendo
y qué gorda está la novia de Jorgito
y qué cara de pelotudo que tenés”

(poema punk)

El autor, es evidente en la operación de su lenguaje, vive y respira de su tiempo, metaboliza lo más próximo, atento a los alcances de su significación –qué quiere decir, por ejemplo, darle vueltitas a alguien durante una cumbia, tirarse en una vereda, insultar a un tipo en una parada de colectivos- y no tanto a la ventaja de la metáfora. Su realismo es de una felicidad cruda, traspasada por la expectativa de una resaca, pero no por ello padecida. Es, a su vez, un realismo que se sabe excedido en la retórica y se deja acompañar por la preciosa fotografía de Nicolás Minhak.

En sus poemas, Jurao reincide en la posibilidad del retorno: sus personajes vuelven al amor, al baile, al porro, a la camorra. Los reencuentros son múltiples y sospechosos (hay nombres de cotillón, inventados para salir al paso), pero en la construcción de las máscaras se vislumbra, también, la intuición de lo genuino, como si toda esa distancia del ritual no tuviera otra función que aproximar los cuerpos. Como si la poesía tuviera, también, esa vocación arrimadora de la música popular: un efecto pop en la palabra y la imagen, una alucinación lingüística maravillosa, para quien lee –sobre todo en voz alta- y encuentra en “El Debut” un retorno al acto inexpresado de sentirse vivo.-


                                                                        ***
hola 

yo no quería venir
pero igual me trajeron
me chamuyaron
diciendo que iba a estar bueno,
que iba a haber minas,
canilla libre y faso,
y que le podíamos meter
hasta las seis, siete,
más o menos
hasta que pase el bondi.

yo pensé 
bueno, ya era,
hay que mandarse
capaz que pinta piola
a lo mejor
te encuentro ahí
y nos miramos un rato
desde lejos
pensando en apretarnos
contra la pared
pero tranca nomás,
vamos y volvemos al toque,
como para sacarnos las ganas
hasta que nos prendan las luces
y nos tengamos que ir.

(poema incluído en "El Debut")

Bio
Nacho Jurao nació en Tucumán en 1996. Egresado del Gymnasium UNT, actualmente es un dudoso estudiante de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Tucumán. Publicó algunos de sus textos en Marcia Larvaria, Antología marciana de poesía Vol. 1 (2015, Editorial Larvas Marcianas) y en la antología Cospel de oro (2015, Minibus Ediciones). Además de la presente obra, escribió también Postales del interior y Treinta días abajo de la cama, ambos inéditos y de publicación inminente.

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