ENTREVISTA A OSVALDO AGUIRRE
Por Adrián A. Bonilla
Ilustración de Iñaqui Ortega
Osvaldo Aguirre dictó en Santiago del Estero (2009)
un seminario sobre el cruce entre periodismo y literatura. Hubo debates sobre
la hibridez y la validez de los recursos utilizados para el ejercicio de esa
modalidad periodística y sobre cómo recepciona el lector esa producción cuasi
literaria. Entrenado en redacciones periodísticas, Aguirre fue cronista de
policiales del diario La Capital
(Rosario) durante once años. Actualmente dirige en ese mismo medio el
suplemento cultural Señales. Además es
poeta y ensayista, pero en ocasiones asume la tarea de un rescatista. Editó Veinte años de poesía argentina y otros
ensayos y Obra periodística,
crónicas, entrevistas y perfiles
1952-1972, de Francisco Urondo, un periodista y poeta injustamente olvidado.
Pero lo que más disfruté
en aquel entonces fue leer La conexión
latina. De la mafia corsa a la ruta
argentina de la heroína, una investigación periodística que por momentos me
hacía pensar que aquel libro inminentemente terminaría en la adaptación de un
guión cinematográfico. Antes de su regreso a Rosario, convinimos con Aguirre
encontrarnos en la desaparecida librería Hiperión un sábado por la tarde para
hablar de su trabajo, de Ricardo Zelarayán, de Juán L. Ortiz y de otras muchas hierbas.
Pero lo que más me interesaba era charlar sobre la Conexión latina… Por desgracia no dejé constancia de aquella larga
y distendida conversación donde me contó cómo escribió ese libro y cómo se las arregló
para acceder a las fuentes documentales y testimoniales que lo sustentaron.
Como supongo que las
cuestiones inconclusas o inacabadas en algún momento deben resolverse, le
propuse a Osvaldo Aguirre una entrevista que funcionara como salvavidas de
aquella tarde indocumentada. Con la amabilidad que lo caracteriza, Aguirre
acepto en el acto.
Juan Sasturain habla sobre la escritura del
policial en Argentina como un acto de descolonización del género. ¿Tiene hoy
indentidad propia el policial en Argentina?
No sé si se puede hablar del policial en abstracto o más bien del
policial en la obra de ciertos escritores. En este sentido, uno podría decir
que hay una identidad propia en los textos de Borges, en los de Walsh, en los
de Carlos Sampayo. Incluso en textos que no son considerados dentro del género,
por ejemplo Cicatrices, de Juan José Saer. Los rasgos definitorios de esa
identidad, creo, podrían ser en términos generales los que señala Borges en su
ensayo “El escritor argentino y la tradición”: la libertad, la irreverencia con
respecto a los grandes temas y a las prescripciones canónicas. En términos más
particulares, lo que apunta Walsh a partir de su propia experiencia como
escritor y periodista: a partir de la investigación de los fusilamientos de
José León Suárez, los cuentos que escribió previamente según el modelo del
relato de enigma le parecieron pobres, “como fotos mal reveladas”.
Carlos Gamerro afirma que el
problema de la escritura del policial negro en
Argentina radica en que el Estado se convirtió en promotor del crimen.
¿Creés que eso supone una dificultad para su adaptación?
Más que una dificultad es una posibilidad. En la Argentina se escriben novelas policiales porque es
imposible escribir novelas policiales. Quiero decir, no podemos escribir
novelas según las reglas canónicas del género y con los personajes que
decantaron como estereotipos. Hay novela policial, en sentido estricto, cuando
un escritor se sitúa en el género y rompe con esos estereotipos.
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Fotografía de la película "Blood Simple" (1984), de Ethan y Joel Coen |
¿Cuál de las dos vertientes del
policial predomina hoy en la literatura argentina?
La novela negra, o lo que se entiende por novela negra. En general se
dice que un rasgo típico es el hecho de que la novela negra documenta los males
de su tiempo, que apunta a la crítica social. A fuerza de repetirla, esta idea
se convirtió en un lugar común y, me parece, ya no significa nada. Por lo menos
habría que ponerla entre interrogantes: ¿cómo, en qué sentido las ficciones que
se escriben actualmente revelan aspectos insospechados de la época? Para mí,
esa dimensión de la novela negra no tiene que ver con una cuestión de
contenidos, de afirmar simplemente que el mundo es corrupto y las instituciones
no funcionan. Porque si es así no pasa nada, ¿o necesitamos leer una novela
policial para enterarnos de algo por el estilo? Creo que tendríamos que plantearnos
de nuevo esta cuestión para renovar el género y recuperar la fuerza revulsiva
que tiene en los autores clásicos, en Horace McCoy o Jim Thompson, si uno
piensa en los norteamericanos, o en Rodolfo Walsh, en la literatura argentina.
En este sentido, me parece significativo –y muy interesante, muy agradable de
leer- el regreso a ciertas
formas de la novela de enigma, como puede verse en los libros de Pablo
de Santis. Y al margen, lo que más me atrae dentro del género son las novelas
policiales que no lo parecen, que ponen en duda o se desmarcan de las
clasificaciones habituales y nuestras ideas previas respecto de qué es y cómo
funciona una novela policial. Por ejemplo, Hotaru, de Sancia Kawamichi.
¿El periodista que hace
investigación puede emparentarse con la figura del detective?
Sí, claro. Hay una tradición al respecto en el periodismo argentino, una
línea que une entre otros a Gustavo Germán González, Walsh y Ricardo
Ragendorfer. En los tres está la figura del periodista solitario que se planta
frente al poder y que arriesga la vida en la búsqueda de la verdad. En este
momento estoy trabajando para un nuevo libro sobre una idea en torno a la
relación entre periodismo e investigación. Creo que la crónica policial le debe a la literatura del género uno
de sus recursos más eficaces: la creación del enigma. La idea de que la verdad se sustrae
deliberadamente del conocimiento público, de que la historia de un episodio,
tal como es presentada a través de sus distintas versiones (policiales,
judiciales, incluso periodísticas), es un conjunto de piezas desconectadas que
oculta la figura del criminal, proviene de la novela policial clásica y
organiza la narración de los grandes casos en el relato periodístico. También
pueden señalarse formas de ver el mundo que acusan el sello del género negro:
los cronistas saben que, con frecuencia, las investigaciones policiales y
judiciales no se hacen para descubrir la trama de un suceso sino, por el
contrario, para crear una ficción que impida conocer la verdad. El enigma, por otra parte, desarrolla una
función propia y un carácter diferente en la crónica policial. En la literatura
el enigma debe ser necesariamente aclarado, no solo por cuestiones de formato y
lectura, ya que el relato debe concluir en algún momento, sino también para
restituir aquellos valores que el crimen ha perturbado. En la crónica de los
casos extraordinarios, en cambio, el enigma permanece abierto. El oficio de los cronistas consiste también en exprimir adecuadamente
las posibilidades de un suceso, a veces simplemente para tener de qué escribir,
porque no todos los días hay primicias.
¿Cómo es la cocina de tus
investigaciones? Pongamos por caso La
conexión latina. De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína.
La investigación es una de las etapas que más disfruto, tanto a pequeña
escala, cuando hago una nota, como cuando emprendo un libro. Lo que me gusta es
esa posibilidad que te da de armar una especie de itinerario, un recorrido que
está abierto a la sorpresa, a lo imprevisto. Es una experiencia de aprendizaje,
y por eso se vuelve tan estimulante. La idea de La conexión latina surgió
cuando leí una crónica en un diario de 1968 sobre la captura de Buenos Aires de
un grupo de franceses y corsos que traficaban heroína. Me pareció raro.
Después, siguiendo otros casos, encontré más referencias y lo presenté como
tema cuando tuve la posibilidad de ofrecer una propuesta editorial. Empecé por
ir a La Falda, donde todavía vivía Francois Chiappe, el protagonista de la
historia. Fui varias veces y nunca me recibió, hablé con su esposa, pero eso
fue también productivo para el libro. Entrevisté a abogados, ex funcionarios y
allegados, en Buenos Aires, viajé a Paraguay, donde estuvo radicada una parte
de la organización, hice averiguaciones en Uruguay y en Francia, desarrollé
mucho trabajo de archivo y sobre el final accedí a un expediente sobre Chiappe
que contenía abundante información inédita, todavía más valiosa por el hecho de
que se tejieron muchas fábulas alrededor de esta organización.
¿Cómo te tomás el encargo de la
escritura de un policial?
Es un estímulo productivo para escribir. Saber que tengo una fecha de
entrega me organiza, me permite pensar la novela. Tengo un entrenamiento al
respecto que viene del trabajo como periodista, en el que llevo ya muchos años,
que es siempre, básicamente, un trabajo contra el tiempo.
Teniendo en cuenta la realidad
que hoy vive el país, ¿cuál de las dos tradiciones del género crees que la
reflejaría mejor?
Me parece que las posibilidades no están en las formas literarias en sí,
sino en el uso que hacemos de esas formas. La novela negra, o lo que
habitualmente se entiende por novela negra, parece reducirse a una serie de
lugares comunes. El policial escandinavo, que aparece como una especie de
suceso, es de muy bajo nivel, y que yo sepa no hay nada especialmente
destacable entre los nuevos autores norteamericanos. En ese sentido, el género
tiene poco para aportar, hasta que pongamos en crisis esas convenciones y nos
preguntemos, de nuevo, para qué estamos escribiendo.-
Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964) estudió Letras en
la Universidad de Rosario. Ha publicado obras que abarcan la novela policial,
el cuento, la crónica, la investigación periodística, el ensayo literario y la
poesía. Entre sus libros destacan Historias
de la mafia en la Argentina (2000, edición ampliada 2010), La pandilla salvaje, Butch Cassidy en
Aregntina (2004), La conexión latina. De la mafia corsa a la ruta
argentina de la heroína (2007), la trilogía novelística Los indeseables (2008-2011), Las vueltas del camino (poemas). Actualmente
dirige Señales, el suplemento
cultural del diario La Capital, de
Rosario.
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