21.2.16

LA CREACIÓN DEL ENIGMA Y EL POLICIAL



ENTREVISTA A OSVALDO AGUIRRE

Por Adrián A. Bonilla


Ilustración de Iñaqui Ortega


Osvaldo Aguirre dictó en Santiago del Estero (2009) un seminario sobre el cruce entre periodismo y literatura. Hubo debates sobre la hibridez y la validez de los recursos utilizados para el ejercicio de esa modalidad periodística y sobre cómo recepciona el lector esa producción cuasi literaria. Entrenado en redacciones periodísticas, Aguirre fue cronista de policiales del diario La Capital (Rosario) durante once años. Actualmente dirige en ese mismo medio el suplemento cultural Señales. Además es poeta y ensayista, pero en ocasiones asume la tarea de un rescatista. Editó Veinte años de poesía argentina y otros ensayos y Obra periodística, crónicas, entrevistas y perfiles 1952-1972, de Francisco Urondo, un periodista y poeta injustamente olvidado. 


Pero lo que más disfruté en aquel entonces fue leer La conexión latina. De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína, una investigación periodística que por momentos me hacía pensar que aquel libro inminentemente terminaría en la adaptación de un guión cinematográfico. Antes de su regreso a Rosario, convinimos con Aguirre encontrarnos en la desaparecida librería Hiperión un sábado por la tarde para hablar de su trabajo, de Ricardo Zelarayán, de Juán L. Ortiz y de otras muchas hierbas. Pero lo que más me interesaba era charlar sobre la Conexión latina… Por desgracia no dejé constancia de aquella larga y distendida conversación donde me contó cómo escribió ese libro y cómo se las arregló para acceder a las fuentes documentales y testimoniales que lo sustentaron.

         
Como supongo que las cuestiones inconclusas o inacabadas en algún momento deben resolverse, le propuse a Osvaldo Aguirre una entrevista que funcionara como salvavidas de aquella tarde indocumentada. Con la amabilidad que lo caracteriza, Aguirre acepto en el acto.


Juan Sasturain habla sobre la escritura del policial en Argentina como un acto de descolonización del género. ¿Tiene hoy indentidad propia el policial en Argentina?

No sé si se puede hablar del policial en abstracto o más bien del policial en la obra de ciertos escritores. En este sentido, uno podría decir que hay una identidad propia en los textos de Borges, en los de Walsh, en los de Carlos Sampayo. Incluso en textos que no son considerados dentro del género, por ejemplo Cicatrices, de Juan José Saer. Los rasgos definitorios de esa identidad, creo, podrían ser en términos generales los que señala Borges en su ensayo “El escritor argentino y la tradición”: la libertad, la irreverencia con respecto a los grandes temas y a las prescripciones canónicas. En términos más particulares, lo que apunta Walsh a partir de su propia experiencia como escritor y periodista: a partir de la investigación de los fusilamientos de José León Suárez, los cuentos que escribió previamente según el modelo del relato de enigma le parecieron pobres, “como fotos mal reveladas”.

Carlos Gamerro afirma que el problema de la escritura del policial negro en  Argentina radica en que el Estado se convirtió en promotor del crimen. ¿Creés que eso supone una dificultad para su adaptación?


Más que una dificultad es una posibilidad. En la Argentina se escriben novelas policiales porque es imposible escribir novelas policiales. Quiero decir, no podemos escribir novelas según las reglas canónicas del género y con los personajes que decantaron como estereotipos. Hay novela policial, en sentido estricto, cuando un escritor se sitúa en el género y rompe con esos estereotipos.

Fotografía de la película "Blood Simple" (1984), de Ethan y Joel Coen
¿Cuál de las dos vertientes del policial predomina hoy en la literatura argentina?

La novela negra, o lo que se entiende por novela negra. En general se dice que un rasgo típico es el hecho de que la novela negra documenta los males de su tiempo, que apunta a la crítica social. A fuerza de repetirla, esta idea se convirtió en un lugar común y, me parece, ya no significa nada. Por lo menos habría que ponerla entre interrogantes: ¿cómo, en qué sentido las ficciones que se escriben actualmente revelan aspectos insospechados de la época? Para mí, esa dimensión de la novela negra no tiene que ver con una cuestión de contenidos, de afirmar simplemente que el mundo es corrupto y las instituciones no funcionan. Porque si es así no pasa nada, ¿o necesitamos leer una novela policial para enterarnos de algo por el estilo? Creo que tendríamos que plantearnos de nuevo esta cuestión para renovar el género y recuperar la fuerza revulsiva que tiene en los autores clásicos, en Horace McCoy o Jim Thompson, si uno piensa en los norteamericanos, o en Rodolfo Walsh, en la literatura argentina. En este sentido, me parece significativo –y muy interesante, muy agradable de leer- el regreso a ciertas formas de la novela de enigma, como puede verse en los libros de Pablo de Santis. Y al margen, lo que más me atrae dentro del género son las novelas policiales que no lo parecen, que ponen en duda o se desmarcan de las clasificaciones habituales y nuestras ideas previas respecto de qué es y cómo funciona una novela policial. Por ejemplo, Hotaru, de Sancia Kawamichi.

¿El periodista que hace investigación puede emparentarse con la figura del detective?

Sí, claro. Hay una tradición al respecto en el periodismo argentino, una línea que une entre otros a Gustavo Germán González, Walsh y Ricardo Ragendorfer. En los tres está la figura del periodista solitario que se planta frente al poder y que arriesga la vida en la búsqueda de la verdad. En este momento estoy trabajando para un nuevo libro sobre una idea en torno a la relación entre periodismo e investigación. Creo que la crónica policial le debe a la literatura del género uno de sus recursos más eficaces: la creación del enigma. La idea de que la verdad se sustrae deliberadamente del conocimiento público, de que la historia de un episodio, tal como es presentada a través de sus distintas versiones (policiales, judiciales, incluso periodísticas), es un conjunto de piezas desconectadas que oculta la figura del criminal, proviene de la novela policial clásica y organiza la narración de los grandes casos en el relato periodístico. También pueden señalarse formas de ver el mundo que acusan el sello del género negro: los cronistas saben que, con frecuencia, las investigaciones policiales y judiciales no se hacen para descubrir la trama de un suceso sino, por el contrario, para crear una ficción que impida conocer la verdad.  El enigma, por otra parte, desarrolla una función propia y un carácter diferente en la crónica policial. En la literatura el enigma debe ser necesariamente aclarado, no solo por cuestiones de formato y lectura, ya que el relato debe concluir en algún momento, sino también para restituir aquellos valores que el crimen ha perturbado. En la crónica de los casos extraordinarios, en cambio, el enigma permanece abierto. El oficio de los cronistas consiste también en exprimir adecuadamente las posibilidades de un suceso, a veces simplemente para tener de qué escribir, porque no todos los días hay primicias.

¿Cómo es la cocina de tus investigaciones? Pongamos por caso La conexión latina. De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína.

La investigación es una de las etapas que más disfruto, tanto a pequeña escala, cuando hago una nota, como cuando emprendo un libro. Lo que me gusta es esa posibilidad que te da de armar una especie de itinerario, un recorrido que está abierto a la sorpresa, a lo imprevisto. Es una experiencia de aprendizaje, y por eso se vuelve tan estimulante. La idea de La conexión latina surgió cuando leí una crónica en un diario de 1968 sobre la captura de Buenos Aires de un grupo de franceses y corsos que traficaban heroína. Me pareció raro. Después, siguiendo otros casos, encontré más referencias y lo presenté como tema cuando tuve la posibilidad de ofrecer una propuesta editorial. Empecé por ir a La Falda, donde todavía vivía Francois Chiappe, el protagonista de la historia. Fui varias veces y nunca me recibió, hablé con su esposa, pero eso fue también productivo para el libro. Entrevisté a abogados, ex funcionarios y allegados, en Buenos Aires, viajé a Paraguay, donde estuvo radicada una parte de la organización, hice averiguaciones en Uruguay y en Francia, desarrollé mucho trabajo de archivo y sobre el final accedí a un expediente sobre Chiappe que contenía abundante información inédita, todavía más valiosa por el hecho de que se tejieron muchas fábulas alrededor de esta organización.

¿Cómo te tomás el encargo de la escritura de un policial?

Es un estímulo productivo para escribir. Saber que tengo una fecha de entrega me organiza, me permite pensar la novela. Tengo un entrenamiento al respecto que viene del trabajo como periodista, en el que llevo ya muchos años, que es siempre, básicamente, un trabajo contra el tiempo.

Teniendo en cuenta la realidad que hoy vive el país, ¿cuál de las dos tradiciones del género crees que la reflejaría mejor?

Me parece que las posibilidades no están en las formas literarias en sí, sino en el uso que hacemos de esas formas. La novela negra, o lo que habitualmente se entiende por novela negra, parece reducirse a una serie de lugares comunes. El policial escandinavo, que aparece como una especie de suceso, es de muy bajo nivel, y que yo sepa no hay nada especialmente destacable entre los nuevos autores norteamericanos. En ese sentido, el género tiene poco para aportar, hasta que pongamos en crisis esas convenciones y nos preguntemos, de nuevo, para qué estamos escribiendo.-



Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964) estudió Letras en la Universidad de Rosario. Ha publicado obras que abarcan la novela policial, el cuento, la crónica, la investigación periodística, el ensayo literario y la poesía. Entre sus libros destacan Historias de la mafia en la Argentina (2000, edición ampliada 2010), La pandilla salvaje, Butch Cassidy en Aregntina (2004), La conexión latina. De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína (2007), la trilogía novelística Los indeseables (2008-2011), Las vueltas del camino (poemas). Actualmente dirige Señales, el suplemento cultural del diario La Capital, de Rosario.

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